miércoles, 17 de diciembre de 2008

La privatización como solución a la crisis

Mauricio Ríos García

La economía más grande del mundo aún no muestra signos de mejoría. Luego de la nueva sacudida que el fraude de Madoff ha provocado en Wall Street, la Reserva Federal (FED) ha dado un nuevo giro inesperado, recortando nuevamente los tipos de interés en al menos tres cuartos de punto para dejarlos en un margen entre el 0 y el 0,25%, el nivel más bajo de su historia, una acción que podría terminar atando las manos de la misma institución.

La última vez que se presentó un escándalo similar fue con Enron y WorldCom a principios de la década, por lo que la FED redujo las mismas tasas de un 6,5 a un 2,5 por ciento para “salvar” la economía. Este es un tipo de medidas que responden a lo que Lord Keynes llamó “sintonía fina”, una maniobra política que depende de una exacta dosificación y oportunidad de las decisiones a través de los ya conocidos multiplicadores, es decir, cosas que en la práctica resultan demasiado difíciles, ineficientes e ineficaces, y que sobre todo, no se consigue dominar por completo.

Esta construcción teórica a la que, por ejemplo, Stiglitz quiere atribuir el triunfo de la razón para rediseñar los mercados, tendría que evitar las crisis, pero como en realidad impide al dinero desempeñar una correcta función, éstas son simplemente postergadas.

Sucede que para tomar le decisión de reducir las tasas de interés, es necesario que los agentes económicos (individuos, familias, empresas) tengan la posibilidad de disponer de sus ahorros, caso contrario, se trataría de una expansión de créditos otorgados con dinero que no existe. Cuando una persona dispone del dinero por el que no trabajó, dinero fácil, empieza a invertir en negocios que no conoce y donde otros no dudarán en aprovecharse de aquella ilusión para especular, estafar y provocar la quiebra del negocio.

Con esta observación, se escuchó alguna tímida voz que recomendaba volver al “patrón oro” (el equivalente que los billetes tienen en determinada cantidad de oro), para mantener la estabilidad en el valor del dinero. Alguna otra persona propuso acumular los stocks de commodities existentes como reservas con el mismo objetivo. ¿Es esto posible cuando la gente no está dispuesta a respetar las reglas del juego establecidas?

Ciertamente, no existe base teórica alguna para justificar el monopolio de los gobiernos en la emisión de dinero. La pregunta correcta sería si es posible mantener la estabilidad monetaria sin la intervención de los gobiernos, más allá de cómo deben hacerlo.

El Premio Nobel de 1974, Friedrich A. von Hayek, tuvo la idea de poner la emisión de dinero en manos de firmas cuyo negocio dependa de su éxito en mantener estable al dinero que emiten, es decir que aquellas entidades deben regular la oferta de su dinero para que el público lo acepte en virtud de su estabilidad. Lógicamente, la idea está anclada al principio de libre competitividad, lo que obliga a estas instituciones buscar la forma más fácil, eficaz y eficiente de mantener la estabilidad monetaria, evitando toda fluctuación industrial o período de depresión, en vez de buscar medidas desesperadas que la generen o la agraven.

Por ahora, cualquier otra idea no se trata más que de buenas intenciones y perniciosos resultados, de lo perverso que resulta el obstinado deseo (por más bien intencionado que sea) de controlar, planificar y ordenar todo fenómeno natural en el que se involucra el ser humano, y ciertamente, éste, “mientras está persiguiendo sus propios intereses, contribuye más a los intereses de la sociedad que cuando quiere promoverlos intencionalmente”.

El autor es miembro del Instituto Libertad Democracia y Empresa (ILDE).

http://independent.typepad.com/elindependent/2008/12/la-privatizaci%C3%B3n-como-soluci%C3%B3n-a-la-crisis.html

http://www.hoybolivia.com/edicion_anterior/Noticia.php?IdEdicion=225&IdSeccion=7&IdNoticia=9050

http://lostiempos.com/noticias/24-12-08/24_12_08_pv2.php

lunes, 1 de diciembre de 2008

La explicación austríaca de las grandes depresiones

Mauricio Ríos García

Cuando la caída constante o el decrecimiento del Producto Interno Bruto de un país como el de Estados Unidos, se mantiene durante dos o más trimestres, la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de aquel país (National Bureau of Economic Research), la considera como una recesión, sin embargo, cuando esta condición se prolonga a lo largo de los años, sucede lo que es una “gran depresión”.1

Fueron varias las depresiones que se dieron en Estados Unidos, como la de 1873 luego de la Guerra Civil o como la de 1921, cuando se generó la inflación que financió la Primera Guerra Mundial; pero nunca como la de 1929, que duró más de cuatro años, en la cual el gobierno intervino con una serie de errores monetarios, prolongando su duración por más de tres veces que lo normal.2

Incluso se ha citado el anticapitalismo de Marx, pero las construcciones teóricas que buscan mantener la estabilidad de precios del monetarismo y aquellas que persiguen el incentivo del consumo keynesiano parecen ser las únicas alternativas que se tomaron en cuenta para que los agentes económicos formen un criterio respecto de las causas de la actual crisis y, en general, de las grandes depresiones; sin embargo, la Teoría Austriaca de los Ciclos Económicos (TACE) puede ser aún más útil para saber cuánto debemos aprender de las enseñanzas de la historia.

Primero, recordemos lo que sucedió hace ya 80 años, para discutir algunos grandes mitos y falacias construidas con el fin de tratar de refutar la idea de que el libre mercado fue el responsable de la Gran Depresión de 1929, y que solamente la intervención del gobierno del New Deal logró la recuperación de la economía norteamericana. Luego, veamos la crisis actual que también pretende tratarse con mayor intervención de la economía, lo que podría traducirse en consecuencias igualmente devastadoras.

El profesor Hans Sennholz, destacando la estrecha relación entre la oferta de dinero y la actividad económica que la Escuela Austríaca encuentra, anota la primera y más importante de cuatro fases de una gran depresión:

Cuando el gobierno "infla" la oferta de moneda y de crédito, las tasas de interés en un comienzo bajan; las empresas invierten este “dinero fácil” en nuevos proyectos productivos y se produce un boom respecto de los bienes de capital; a medida que el boom se va desarrollando, los costos se incrementan, la tasa de interés se reajusta hacia arriba y las ganancias se resienten; los efectos del dinero fácil se hacen evidentes y la autoridad monetaria, temiendo una inflación de los precios, comienza a disminuir el crecimiento de la oferta de dinero o incluso llega a contraerla. En cualquiera de los casos, la manipulación termina sacudiendo a la economía como si fuese un castillo de naipes.3

La Gran Depresión de 1929

A partir de 1921, la Reserva Federal había incrementado la oferta de dinero en aproximadamente un 60 por ciento, provocando efectos de “dinero fácil” para invertir, lo que entusiasmó al mismo gobierno, al crear la política intensamente intervencionista del New Deal del entonces presidente Franklin D. Roosvelt.

Más tarde, llegado el momento en que debía corregirse el efecto inflacionario a mediados de 1929, el gobierno decidió disminuir la oferta de dinero en un tremendo 30 por ciento, por medio de un incremento de las tasas de interés, decisión que generaría el círculo vicioso de las deflaciones y una posterior depresión.4

¿Qué provocó el incremento de las tasas de interés? Se desaceleró la economía y el índice bursátil empezó a disminuir hasta terminar en pánico con masivos retiros de fondos en el conocido octubre de 1929.

La crisis actual

Todo empezó entre 2000 y 2001, cuando luego del atentado a las Torres Gemelas el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, bajó fuertemente las tasas de interés desde 6,5 al 2,5 por ciento en menos de un año para estimular la economía y así poder salvar a la bolsa del colapso de las “puntocom”, aunque no advirtió que la reducción no tenía respaldo y que, por lo tanto, se trataba de una reducción artificial.5

El hecho de que los tipos de interés fueran tan bajos hizo que los bancos –que viven de prestar dinero a cambio de un tipo de interés– buscaran desesperada rentabilidad, a base de prestar su dinero a gente que hasta entonces nadie quería prestar (como los ex convictos, por ejemplo), con más riesgo de impago y que pagara un interés superior (hipotecas subprime).6

Esto quiere decir que los tipos de interés artificialmente bajos hicieron que el crédito sea accesible sin mayor respaldo que no tener empleo, no tener ingresos ni propiedades, lo que llevó a que los empresarios inviertan en proyectos demasiado arriesgados, provocando una burbuja imposible de saber cuándo reventará, lo cual causó también el retiro masivo de fondos que ni las aseguradoras tenían en ese momento.

Semejanzas

En ambos casos la expansión monetaria generó auges bursátiles artificiales (si bien en la actualidad se recurrió a diferentes instrumentos financieros más sofisticados), presiones inflacionarias y la depreciación del dólar frente a las otras monedas.7

En ambos casos la Reserva Federal comenzó a revertir la política de bajas tasas de interés para frenar o disminuir la inflación y el auge bursátil.

En ambos casos hubo un retiro masivo de ahorros por parte del público e imprevisto por el gobierno.

Diferencias

En 1929, cuando empezó la crisis, las familias corrieron a retirar sus ahorros y provocaron el colapso financiero, pero esta vez los depósitos bancarios no estaban asegurados. Nada de eso sucede hoy, porque los depósitos están asegurados, precisamente, gracias a la lección de 1929.

En 1929, el sistema monetario se basaba en el patrón oro, que impedía que la Reserva Federal aumentara la liquidez del sistema si no aumentaban previamente sus reservas de ese metal. Como el oro en manos de la FED no aumentó, ésta no pudo imprimir el dinero que desaparecía por culpa de las quiebras bancarias. En 2008, los bancos centrales de todo el mundo imprimieron dinero para dotar al sistema financiero de liquidez.8

En 1929 había deflación y los precios y salarios bajaban continuamente. Eso hizo que las deudas familiares no pudieran honrarse, lo que agravó los problemas financieros de los bancos. En 2008 no sólo no hay deflación sino que hay inflación.

En 1929, la renta per cápita de los Estados Unidos era de unos 6.000 dólares (en precios actuales). Hoy está por encima de los 36.000 dólares. Una caída de la renta de un 25 por ciento cuando ganas 6.000 plantea problemas serios de hambrunas. La misma caída cuando ganas 36.000 es un problema, pero no genera desastres humanitarios.

En 1929, la reacción de los Estados Unidos fue la promoción del proteccionismo y la compra de productos americanos, poniendo aranceles a las importaciones. Naturalmente, la reacción de los extranjeros fue la de poner aranceles a los productos americanos, lo que desencadenó una guerra comercial que perjudicó a todos. En la actualidad no existen economistas documentados que propongan el proteccionismo como la salida a la crisis.

Conclusiones

Todo “rescate de la economía” mediante la expansión crediticia e inflación monetaria siempre degenera en nuevos y más grandes problemas, lo que hace imposible un desarrollo económico estable y sostenido. Para esto hay que tomar siempre en cuenta que para una otorgar una expansión monetaria debe haber un ahorro previo por parte de los ciudadanos; en caso contrario, el “dinero fácil” deriva en proyectos de inversión desproporcionadamente ambiciosos y en los que, por lo general, se termina involucrando el empresario que quiere experimentar en escenarios que no conoce, provocando burbujas financieras que tarde o temprano terminan afectando al sector real de la economía.

La historia ha demostrado que los ciclos económicos son cada vez más benignos, con expansiones más largas y recesiones más cortas; sin embargo, el cambio que se ha producido en Estados Unidos con la elección de Barack Obama ha traído una enorme expectativa con la que hay que tener mucho cuidado: la economía norteamericana es la líder, siendo responsable por un 25 por ciento de la economía mundial, y en tanto no se tengan claras las medidas que el nuevo gobierno vaya a adoptar –seguir interviniendo o no en la economía– el emprendimiento empresarial en cualquier parte del mundo deberá ser cauto, frío y disciplinado.

El autor es economista (UMSS), miembro del Instituto Libertad Democracia y Empresa (ILDE).

1. Alberto Bonadona: “De la recesión a la depresión”. Los Tiempos, 25 de noviembre de 2008.

2. Roberto Cachanosky: “La crisis del `29 y la actual”. Economía para todos, 22 de septiembre de 2008.

3. Para estudiar las cuatro fases busque: Lawrence W. Reed: “Great Myths of The Great Depression”. Publicado en mayo de 1998, en el Mackinac Center for Public Policy.

4. El círculo vicioso de las deflaciones se explica cuando los comerciantes tienen que vender sus productos para cubrir al menos sus costos fijos (entendiendo que el precio ya no alcanza para pagar los costes variables), por lo que bajan los precios. Con precios bajando de forma generalizada, la demanda disminuye aún más, porque los consumidores entienden que no merece la pena comprar hoy, si mañana todo será todavía más barato.

5. Xavier Sala-i-Martin: “Crisis financiera (1): qué ha pasado”. La Vanguardia, 13 de octubre de 2008. España.

6. Mauricio Ríos García: “¿Nobel para Krugman?”. Red Liberal de América Latina (RELIAL), 14 de octubre de 2008.

7. Roberto Cachanosky: “La crisis del `29 y la actual”. Economía para todos, 22 de septiembre de 2008.

8. Xavier Sala-i-Martin: “Crisis financiera (2): 1929”. La Vanguardia 17 de noviembre de 2008. España.

http://www.pulsobolivia.com/index.php?option=com_content&task=view&id=2115&Itemid=91

http://www.relial.org/Articulos/articuloDetalle.asp?Id=8217

lunes, 24 de noviembre de 2008

El confuso mensaje del G-20

Mauricio Ríos García

El pasado sábado 15 de noviembre se reunió el grupo de países que posee y controla el 85 por ciento del Producto Interno Bruto del planeta, a raíz de la crisis financiera global, con la clara intención de “refundar el capitalismo”.

Los resultados de la reunión en Washington se dieron luego de algunas inclinaciones a favor de una economía de orden natural y espontáneo, que funcionara con más eficacia cuanto menos interviniese el Estado y permitiera que sea el propio mercado el que se acomode a las exigencias y necesidades de quienes participan en él; pero otras –la mayoría- formaron una corriente a favor de una economía con mayor regulación, una economía planificada en la cual el Estado tiene un protagonismo que controla y sanciona.

Encuentros como éste no se dan muy seguido y, por tanto, no pueden darse el lujo de discutir demasiado esta clase de problemas, sobre quién tiene la culpa y las consecuencias para los más pobres. Este encuentro parece haber entendido ese primer paso y ha producido rápidamente un documento con resultados importantes, empero, con algunos puntos imprecisos que denotan desacuerdo.

Resultados

El G-20 parece haber entendido que esta crisis no es como la que se vivió con la Gran Depresión de 1929, en la cual “solamente la intervención del gobierno logró recuperar a la economía americana”, como los oportunistas de la planificación tanto insisten en anotar. Esta vez de trató de un acuerdo sobre la confianza en el libre mercado, en la globalización y la apertura de fronteras al movimiento de mercancías y capitales, y en un sistema financiero con una regulación que no impida el dinamismo y la innovación necesaria para el crecimiento y la reducción de pobreza.

Dada ésta declaración de principios, la reunión se concentró en determinar las causas de la crisis, encontrando errores en las políticas de gestión de riesgo de las entidades financieras, en la complejidad y poca claridad de los nuevos instrumentos financieros y en la mala gestión de políticos, reguladores y supervisores, que fueron incapaces de seguir el ritmo de la innovación financiera.

Desacuerdos

Varios de los protagonistas asistieron al encuentro con la exagerada esperanza de participar en una segunda versión de Bretton Woods, donde se fundaron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, aunque replanteando algunas de las falencias que no daban cabida a las economías emergentes, pero también arriesgando las virtudes del actual sistema financiero, al haber posibilitado el avance de gigantes como Microsoft, Intel o Google.

Ése es el viejo problema: todo el mundo está de acuerdo en la reformulación del papel que juegan algunos organismos internacionales, pero difícil ya le fue al Bretton Woods de 1944 empezar a planificar la economía mundial solamente entre Estados Unidos y Gran Bretaña; por tanto, ¿no será más complicado hacerlo con 18 representantes que quieren crear un banco central de bancos centrales, con una economía mucho más dinámica, competitiva y espontánea? De hecho ya plantean refundar un capitalismo que solamente Tomás Moro entendería, un nuevo mundo sin novedades, sin un nuevo concepto de sistema financiero.

Política y economía

Es verdad que esta reunión significa un avance importante para generar expectativas positivas y confianza en la interpretación de lo que sucede con la crisis, pero lo que cabe anotar es que a la cumbre asistieron los políticos que buscan la oportunidad de mostrar el poder que tienen para influir en el mundo; no por nada se habló de una “mayor coordinación fiscal”.

A esta clase de políticos le encanta la construcción teórica keynesiana de la intervención del Estado en la economía, porque además de permitirles aparecer como los enviados que traerán la paz y la solución de todas las desgracias del mundo les resulta la mejor forma de concentrar el poder, mediante el control de un gasto que termina siendo excesivo y por el que tienen que responder los próximos gobiernos. Y en esta cumbre lo más conveniente fue apuntar a todo aquel sistema que no permita la concentración de poder; sin embargo, lo que todo el mundo pierde de vista es que si los malos políticos están hoy reunidos no sólo es porque nunca perdieron el poder, sino porque toda crisis es momento para buscar más poder.

Todo el mundo contento

Para lograr este cometido, sin embargo, tienen que decir lo que todo el mundo quiere escuchar. Los que no están de acuerdo con el abuso del poder, mediante la excesiva intervención del Estado en la economía, consiguieron manifestarse en la declaración de principios a favor de cualquier nueva regulación que no impida la innovación; los que quieren enfermarse con mayor poder consiguieron hablar de mayor control del sistema financiero y de la economía mundial.

La economía financiera -mucho menos el orden económico mundial- no cambiará porque un papel firmado por 20 ó 199 mandatarios de Estado así lo diga, sino por la capacidad y disposición que la gente tenga para reducir el impacto de las malas decisiones de los malos políticos y el tamaño del botín político que persiguen, pero, sobre todas las cosas, para aceptar nuevos cambios, de manifestar la necesidad de desenvolverse en libertad ante nuevos paradigmas.

Como siempre, dijeron todo y no dijeron nada, pero lo que está claro es que no hay nada claro, que hay que aceptar las virtudes del libre mercado, la apertura de los mercados de capitales y la globalización, pero siempre que haya espacio para su control y planificación, lo que quiere decir que el G-20 produjo el consenso de algo así como una “globalización planificada” y, para colmo, en la próxima reunión del 31 de marzo en Londres seguramente se pondrán de acuerdo en un nuevo orden económico mundial que emule “la mano invisible del Leviatán” para los próximos cincuenta o cien años.

Así está el mundo, perdiendo de vista los errores del pasado que diseñaron el presente, y desafiando la oportunidad que los individuos tienen para construir su propio futuro.

Publicado en Semanario PULSO
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