Eso está claro, algo anda mal. En los últimos trece meses, la crisis financiera norteamericana ha terminando afectando no solo a la novena entidad de inversión del mundo, el centenario banco de inversión Lehman Brothers, sino a las compañías de servicio en los mercados de capitales Merrill Lynch, Fanny Mae y Freddie Mac, que tuvieron que ser rescatadas por el Bank of America, y la compra del 80 por ciento de las acciones de AIG por parte del Estado, una de las mayores aseguradoras de aquel país. Algunos dicen que este problema puede significar el inicio de una nueva ola de intervencionismo estatal en el corazón del capitalismo en el mundo, “donde ahora se socializa el riesgo y se privatizan las ganancias”, como diría el profesor de ciencias políticas en Harvard, Benjamin Barber.
Sin necesidad de prestar demasiada atención al desesperado oportunismo de los partidarios del pervertido intervencionismo que no reparan en culpar al mitológico “fundamentalismo del mercado”, cabe anotar que el verdadero problema no está en haber adoptado una estrategia de nacionalizaciones al estilo Socialismo del Siglo XXI para evitar una verdadera debacle financiera como en 1929, sino en la responsabilidad que los agentes económicos tienen en este nuevo desequilibrio, por haber confundido Wall Street con un casino.
Dicen que la gravedad del problema ya la definió Joseph Stiglitz, diciendo que “la caída de Wall Street es para el fundamentalismo de mercado, lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo”, cayendo en un grave error de concepto entre lo que es liberalismo, capitalismo, mercado e inexistencia de gobierno, pero esta caída financiera tampoco es de tipo metafórico.
Gracias a grandes como Walter Eucken y Franz Böhm de la Escuela de Friburgo, sabemos la importancia del papel que juega la sociedad civil en el mercado, es decir, la relación entre el orden legal y el económico, y ahora en EE.UU. se ha apuntado la inexistencia de esta correspondencia, ya que la falta de ética de quienes solicitaron créditos y la falta de responsabilidad de quienes los otorgaron hasta hace más de un año, confiaron en la nueva función que el New Deal le había conferido en forma obligatoria a la Reserva Federal entre 1933 y 1937, la cual ya no solo era la de proporcionar liquidez en momentos de escasez, sino la de intervenir para solventar las dificultades de los bancos.
Parece que ahora se trata de las “fallas del mercado” que deben ser intervenidas, y que ahora sirven de excusa para una mayor crecimiento del Estado y su participación en la economía, lo que podría sugerir nuevos botines políticos, y por tanto, nuevas “fallas del Estado”, pero ahora que el ojo del gobierno de los EE.UU. tiene el ojo entinta en el incansable debate de Estado o mercado, uno cuestiona el rol del Fondo Monetario Internacional en este nuevo capítulo de desequilibrio.
El mercado está dando nuevas señales para entender su dinámica, y esta clase de organismos como el FMI, deben encontrar la manera de no solo estudiarla, sino de reconsiderar la dinámica propia, la de los bancos de inversión y la de las aseguradoras que así se fueron desenvolviendo a lo largo de más de cien años. En el entretanto, si el Gobierno Federal decidiese volver a adoptar la dinámica del New Deal, para este próximo noviembre los electores tendrían que por lo menos esperar un candidato de la talla de un Franklin D. Roosevelt, caso contrario, ningún milagro podrá jugar el papel de cómplice en contra del “fundamentalismo de mercado”.
Menos mal en EE.UU. las nacionalizaciones “socializan el riesgo y privatizan las ganancias”, donde el problema no está en el mercado, sino en sus instituciones, no como en este lado del continente americano, donde el riesgo está en manos de privados y la ganancia es para quienes no la merecen, donde los irresponsables y faltos de ética son los gobiernos, y donde la única intervención justificable es la del mercado.
Indudablemente, la agenda ha vuelto a ser la misma. En 1952 había tres pilares fundamentales: Nacionalización, Reforma Agraria e inclusión social a través del Voto Universal; hoy, luego de 56 años, los pilares vuelven a ser la Nacionalización, la Reforma Agraria y la inclusión social a través de la Asamblea Constituyente; por tanto, las recomendaciones sobre el protagonismo del Estado o el mercado en la economía también han vuelto a ser las mismas.
El recuerdo de aquel debate llamado “Encuentro Zenit: ¿Estado o Mercado?”, en 2005, en el que varios de los economistas más prestigiosos del país compartieron la pantalla del canal estatal, tal vez continúe en la memoria de quienes se preguntan de qué hubiera valido discutir el caso, luego del indudable fracaso del Nacionalismo Revolucionario y la publicación del Plan Bohan, idea con la cual estaban todos de acuerdo, pero será la intervención de uno de ellos la que vaya a nutrir la espina dorsal de este artículo.1
Sarcásticamente, cualquiera podría decir que fuimos tan precavidos que los desafíos del siglo XXI los habíamos asumido ya desde la Revolución y que todo lo demás fue un paseo. Aún así, hoy no habrá que caer en la misma práctica, cuando se observa que la evidencia no es la misma que en aquel entonces, cuando reinaba el estatismo centralista.
Alejandro Mercado, un economista de indudable inclinación a favor del mercado –más allá de las casualidades con el apellido–, propuso una figura en su artículo “El crecimiento económico en Bolivia 1952 - 2003” y anotó que en aquel período el ciclo que más había favorecido en términos de bienestar de la población fue el de mayor presencia del mercado en la economía, hasta el 2000, paradójicamente, año de la “Guerra del Agua” e inicio del cuestionamiento al modelo. Si observamos el ritmo de crecimiento de los últimos 55 años en Bolivia, éste parece haber sido impulsado única y exclusivamente por un factor de aumento poblacional, y de ninguna o muy escasa productividad.
Hasta aquí, primero anotemos lo que el autor concluye: que el crecimiento ha recibido más una influencia por la tendencia que por los ciclos, lo que implica que los factores que interfieren en un mejor desempeño de la economía son la inestabilidad y el funcionamiento institucional. Y,en segundo lugar, lo que sucede con los tres años posteriores es que el comportamiento de la economía fue por debajo de la tendencia de largo plazo, aunque había motivos para tener aguardo en la reactivación económica, ya que el contexto externo empezaba a mostrarse favorable para la condición primario-exportadora de nuestro país, incluso después de Octubre Negro, con el incremento de la cotización internacional de materias primas.
Pero ya que tocamos el aspecto internacional, y para caer en cuenta sobre la verdadera dimensión del problema, más bien habrá que atender el argumento que se ha construido en base a una muestra de 92 países, entre los años 1980 y 1999.
Julio H. Cole, de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, demuestra que existe una correlación directa entre la libertad económica y el crecimiento económico.
Lo cito textualmente: “Una de las conclusiones más importantes de este estudio se relaciona con el papel de la libertad económica. Mayores grados de libertad económica se asocian con tasas de crecimiento económico más elevadas. El principal mecanismo causal parece consistir en un ´efecto productividad´ directo, dado que muchos de los componentes del índice EFW equivalen a medidas de distorsiones en el sistema de precios, que podrían afectar el crecimiento económico vía sus efectos sobre la eficiencia en la asignación de recursos.2 No se descarta la posibilidad de un ´efecto incentivo´ indirecto, vía la tasa de inversión, pero la evidencia a este respecto no es clara (aunque sí parece haber una fuerte relación entre la libertad económica y la productividad de la inversión)”.
Lo que el profesor Cole señala en una de las conclusiones de su trabajo es que los países que gozan de mayor libertad económica son aquellos con mejores niveles de crecimiento y mayores niveles de bienestar de la población; no por nada es que países como China, Vietnam y la misma Cuba empiezan a adoptar un modelo en el cual el mercado es el que va ganando mayor protagonismo en el bienestar poblacional.
No cabe duda que en la medida en que el sector público siga creciendo en demasía, haciéndose cada vez más ineficiente, consumirá todo el esfuerzo y creatividad de los agentes privados. Puede que estos países carezcan de otro tipo de derechos y libertades y que al mismo tiempo no se trate de modelos ejemplares, pero no se duda sobre la mejora del bienestar humano de su gente, a medida que la libertad económica cobra mayor registro en aquellos territorios y a medida en que descubren nuevos espacios para desenvolverse en su economía.
Y esto no es extraño, cuando el último Índice de Facilidad de Hacer Negocios, elaborado por el Banco Mundial (BM), en el que las economías están clasificadas en términos de su factibilidad, de 1 a 178 y de mejor a peor, revela que ocupamos el lugar número 140, antes de Irak que ocupa el 141, y después de China y Vietnam que ocupan el número 83 y 91, respectivamente.3
El mismo indicador demuestra que, por ejemplo, en términos de registro de propiedad, China ocupa el puesto número 29, Vietnam el 38 y Bolivia el 120. Lo mismo para algunos otros factores que influyen en este indicador, como el cumplimiento de contratos, la protección a los inversores o la obtención de crédito.
Pero aún hay algo más importante por observar en los resultados de los tres trabajos de Mercado, Cole y el BM, y es que los resultados explican la debilidad de las instituciones que permiten un mayor crecimiento y desempeño económico, lo cual significa que sin Tribunal Constitucional, con una cuestionable gestión de la Corte Nacional Electoral, una débil Policía Nacional, un Banco Central que viola la norma y un Poder Ejecutivo que manda señales de mal gobierno a la comunidad internacional, la facilidad para el crecimiento económico, a través del incumplimiento de contratos con socios del exterior (léase confiscación y no nacionalización), está condenada al fracaso.
Hay muchos otros trabajos, pero ¿qué sucede, entonces, cuando no se es conciente sobre lo que sucede en nuestro entorno, sobre los avances de la política y los nuevos enfoques de la ciencia económica, sobre las medidas que funcionan y las que no?
Pues ése ha sido el criterio con el que se ha conducido la política económica, momento en que posiblemente hayamos sido empujados hacia un punto de inflexión mucho más profundo.
Durante casi los dos últimos años y medio, Bolivia ha ido administrando la producción y el empleo malabarística y circunstancialmente, esquivando y no resolviendo el problema, de una forma tal que seguramente habrá afectado la calidad de vida de su población, con la amenaza de aprobar un proyecto de Constitución que viola derechos y garantías del ciudadano, por decir lo menos.
Remitiéndonos a la evidencia numérica y de acuerdo con Juan L. Cariaga en su “Economía al Verrés”, la libre importación como instrumento de lucha contra la inflación ha costado entre 500 mil y un millón de empleos, y el contrabando que ha generado alcanzó un registro de 1.100 millones de dólares; la incoherencia entre la apreciación cambiaria y el gasto del gobierno, sumada al decreto que prohibía la exportación del producto agroindustrial, ha castigado seriamente al mayor espacio de crecimiento posible de la economía nacional, haciéndola incompetente y poniendo en duda la confianza en el país.
Por otro lado, el sobredimensionado poder público se halla en manos de un representante de las masas que, poderosamente, demandan soluciones inmediatas, pero al mismo tiempo alejan la posibilidad de reducir el aparato público para dar espacio a la creatividad e iniciativa privada; más al contrario, nacionalizan las empresas más grandes del país, cuando por experiencia sabemos que no harán más que contaminarlas de corrupción y debilitarlas con ineficiencia. Entonces, ¿esto se trata de malabarismo circunstancial o de mayor libertad económica?
Por lo pronto, simplemente no habrá que distanciarse de aquel discernimiento que piense en el porvenir, con una clara estrategia económica de largo plazo y no del día a día, que vaya a obrar no por la urgencia del presente, sino por cálculos del futuro, y con un equipo de gobierno que sea capaz de administrar su propio aparto en forma práctica y eficiente.
Pero si aún sigue sucediendo lo expuesto, a medida que se expresa un cambio de realidad en el mundo; mientras vemos que el mundo avanza, mientras que por ejemplo nuestro vecino Perú crece a ritmos impensados hace 10 años, aprovechando sus ventajas en mercados nicho del mundo; mientras los gobernantes no encuentren diferencia entre la práctica y la doctrina ideológica; mientras observemos que la evidencia a favor del libre mercado es cada vez más contundente y mientras replanteamos viejos y trasnochados debates, vemos que el crecimiento no se lo consigue con malabarismos sino con oportunidades de desenvolverse. La gente no perderá la motivación de buscar oportunidades en el extranjero, con la desdicha de tener que abandonar a su familia.
1 Alejandro Mercado, Gonzalo Chávez, Juan L. Cariaga, George Gray, Oscar Vega y José Baldivia.
2 Inflación, impuestos, gasto público, empresas estatales y/o inversiones subsidiadas, protección arancelaria y barreras comerciales no arancelarias, controles de precios, distorsiones en mercados laborales y crediticios, entre varios otros más.
3 Este índice corresponde al promedio de las clasificaciones percentiles de un país en 10 temas, constituidos por una serie de indicadores, asignándose la misma ponderación a cada tema.