domingo, 1 de agosto de 2010

Keynes sigue fracasando

Por: Mauricio Ríos García


Era el año 1944 cuando Friedrich A. von Hayek graficó la máxima obra de John Maynard Keynes como un camino de servidumbre. Decía que demasiada planificación significaba demasiado poder en manos del gobierno, y demasiado poder del gobierno sobre la economía, significaba perder la libertad de los seres humanos convirtiéndolos en esclavos.


Este es un debate que sigue cobrando vigencia sesenta y ocho años más tarde, no sólo por el curso depresivo que la economía estadounidense va tomando desde que la burbuja crediticia del sector inmobiliario estadounidense estalló en 2008, sino porque sigue dividiendo al mundo, provocando que se tome medidas desesperadas y seriamente equivocadas como la reciente promulgación de la Ley de Reforma Financiera.


Tanto las teorías keynesianas que intentan explicar las causas de la crisis, como las medidas que se han ido adoptando para detener o mitigar sus impactos, han sido y son equivocadas, tal vez en igual magnitud en que el mismo Keynes pretendía “salvar el capitalismo” al armar un esquema económico de tal complejidad formal, que terminaba distorsionando el objeto de la misma ciencia económica, al no diferenciar claramente entre el trabajo con átomos y el humano actuar.


Para acercarnos un poco a la actualidad del debate, plantearemos brevemente la discusión acerca de la forma en que los más grandes economistas de esta época evalúan el curso de la crisis iniciada en 2008 y qué debe hacerse al respecto. Robert J. Barro y Allan H. Meltzer desde la vereda de la no intervención de los gobiernos en la economía, y Joseph E. Stiglitz, ferviente partidario de cuanta intervención fuese necesaria.


Primero fue Barro quien demostró el fracaso de los planes de estímulo y rescate de la administración Bush y luego Obama, utilizando las mismas herramientas neoclásicas con las que trabajan los economistas keynesianos y concluyendo lo siguiente:


“En general, el PIB cae porque el famoso 'estabilizador automático' -la respuesta del PIB cuando el incremento de impuestos y los gastos del gobierno se dan al mismo tiempo— es negativo. Este resultado concuerda con el modelo familiar de los países que, con un amplio sector público, tienden a crecer más lentamente en relación al largo plazo.”


Frente a este argumento (mas no a la evidencia), Stiglitz sostiene que “el razonamiento detrás de estos episodios (depresiones) se basa en una analogía errónea. Un hogar que debe más dinero del que puede devolver fácilmente tiene que recortar el gasto. Pero cuando un gobierno lo hace, la producción y los ingresos declinan, el desempleo aumenta y la capacidad de devolver el dinero, en realidad, puede disminuir. Lo que es válido para una familia no es válido para un país.”


Luego dice que “los detractores más sofisticados (como Barro) advierten que el gasto gubernamental hará subir las tasas de interés, “desplazando” así a la inversión privada. Cuando la economía está en un nivel de empleo pleno, esta es una preocupación legítima. Pero no ahora: en vista de las tasas de interés a largo plazo extraordinariamente bajas, ningún economista serio plantea la cuestión del 'desplazamiento' hoy en día.


Luego llega la hora de la verdad en el artículo de Stiglitz: “Existen otras medidas que podrían ayudar. Por ejemplo, los gobiernos deberían ayudar a los bancos que prestan a pequeñas y medianas empresas, que son la principal fuente de creación de empleo –o establecer nuevas instituciones financieras que lo hicieran- en lugar de respaldar a los grandes bancos que generan su dinero a partir de derivados y prácticas abusivas con tarjetas de crédito.”


Pero si ese fue precisamente el problema en el sector de bienes raíces en Estado Unidos, cuando se decidió ayudar a los sectores más necesitados a lograr el sueño americano y al mismo tiempo, impulsar el crecimiento económico en 2.000 y 2001. La FED decidió mantener las tasas en un nivel tan bajo (cercano a cero) y por un tiempo tan prolongado, que terminó oxidando el negocio de la banca privada, viéndose forzada a ampliar el universo de prestamistas, incluyendo a personas que no podían demostrar empleo seguro, ingresos estables o activos de garantías (famosos bonos NINJA o sub prime). Crearon todo un mercado ficticio, sin importar las consecuencias de un negocio insostenible y la creación de riqueza artificial que colapsaría en el segundo semestre de 2008.


¿Creación de nuevas instituciones financieras? Stiglitz está hablando de las mismas Fannie Mae y Freddie Mac, instituciones público privadas, autorizadas para conceder y garantizar préstamos con el aval (subsidio) del gobierno y que desde los setenta hacían las veces de ambulancia y carro patrullero cuando la banca privada rechazaba peticiones de crédito.


Ludwig von Mises, maestro de Hayek, argumentaba que no puede existir un camino intermedio en la forma de intervencionismo: “La dinámica política de cualquier economía mixta generaría políticas intervencionistas llevadas al extremo del socialismo o el total abandono del intervencionismo a favor del sistema de mercado.”


Luego fue Meltzer quien expuso sus argumentos en contra de los estímulos: “la mayor parte de los gastos que se hicieron en un principio, fueron una respuesta de muy corto plazo para problemas de largo plazo. Una parte financió impuestos temporales. Esto fue un error porque este hecho ignora el rol de las expectativas en la economía. La teoría económica predice que las reducciones de impuestos temporales tienen poco efecto sobre los gastos. A menos que se espere que las reducciones de impuestos perduren, los consumidores ahorrarán los beneficios y pagarán la deuda a cuenta (…).”


Aunque Meltzer se haya acercado más a lo que intentamos expresar en este apartado, lo que esta “discusión indirecta” (podría llamarse) entre estos renombrados economistas muestra, es si los gastos en estímulo funcionan o no, sin llegar más lejos del análisis técnico teórico.


Lo que primero ignoran quienes son partidarios de mayor gasto público por parte del Estado, es que el dinero es ajeno. Cada dólar que gasta el Estado es un dólar que sale del bolsillo de los trabajadores sin importar si este es recaudado a través de deuda o impuestos, y al mismo tiempo, cada dólar extra de gasto público corresponde a un dólar menos de gasto privado. Los empleos creados con el gasto del estímulo son compensados por los trabajos perdidos por la reducción en el gasto privado.


Este fue uno de los mensajes más importantes de Hayek cuando escribió Camino de Servidumbre, pero él expuso un argumento mucho más importante frente al tipo de discusión que ofrecimos para conocer algunos de los puntos sobre los que gira el debate para salir de la crisis.


"En el pasado, ha sido la sumisión a las fuerzas impersonales del mercado lo que ha hecho posible el desarrollo de la civilización. Es esta sumisión lo que nos permite a todos construir algo que es mayor que lo que cada uno de nosotros pudiera construir. Se equivocan terriblemente los que creen que podemos ayudar a dominar las fuerzas de la sociedad de la misma forma que hemos aprendido a dominar las fuerzas de la naturaleza. Esto no sólo es el camino hacia el totalitarismo sino también el camino hacia la destrucción de nuestra civilización y, ciertamente, la mejor manera de bloquear el progreso.


Lo que se está perdiendo de vista es la contradicción de los keynesianos al preservar el capitalismo, es no poder diferenciar aúin, entre la libertad individual y la planificación económica o cualquier intervención del estado en la economía. Lamentablemente, el debate gira en torno al gasto y la austeridad, y no necesariamente en el crecimiento del Estado a costa de la libertad individual. Se está perdiendo de vista lo perverso del estímulo económico. ¿Para qué la prosperidad detrás de las rejas?