miércoles, 20 de agosto de 2008

América Latina y el desafío de un nuevo consenso

Mauricio Ríos García

La dinámica del orden económico mundial parece estar cambiando a raíz de la crisis inmobiliaria norteamericana, y otros desequilibrios en Asia y Europa, pero también con el nuevo protagonismo de las economías emergentes del Brasil, Rusia, India y China (tesis BRIC), economías donde las grandes inversiones fueron a refugiarse. Con este motivo, en los círculos académicos y en los de opinión y análisis, ha entrando en debate el cuestionamiento a los actores y la forma en que se han ido abordando distintas crisis desde mediados del pasado siglo.[1]

Cuando se acordó el tratado de Bretton Woods el 22 de julio de 1944, se establecieron reglas para las relaciones comerciales y financieras de los países más industrializados del mundo, con la idea de evitar que se repitiesen episodios como el de la Gran Depresión o la crisis alemana posterior a la Primera Guerra Mundial. Hoy, con un ritmo acelerado de la globalización y los grandes compradores y vendedores en riesgo, los mercados emergentes como el del vecino Brasil por ejemplo, parecen ser el refugio que los grandes inversores encuentran al momento, ya no de una recesión, sino de una posible combinación de estancamiento económico e inflación mundial.

Más tarde llegó la crisis del petróleo en 1973 y 1979, ya sin la participación de los EE.UU. en el FMI y con los efectos negativos en el resto de los mercados alrededor del mundo, el Fondo había empezado con la lógica de préstamos blandos para los países menos desarrollados, a cambio de ciertos planes de ajuste que más tarde serían mejor conocidos como el “Consenso de Washington” (CW), que consagraba el rigor presupuestario, el libre mercado, las privatizaciones y, finalmente, la globalización.

El momento en que más fluidez tuvieron los préstamos condicionados a causa de las crisis de México (1995), de Asia (1997), Rusia (1998), y Turquía (2000), más preocupación se manifestaba en relación a las recetas. No existe evidencia alguna sobre si las mal llamadas recetas “neoliberales” ocasionaron las crisis de la década de los 90, no obstante, habrá que recordar la polémica que se registró cuando el FMI decidió intervenir en la economía asiática, ya que no se trataba de países con un complejo acceso al capital privado extranjero, de países que se encontraban camino a la adopción de economías de mercado, o de países demasiado endeudados, pues el organismo estaría cediendo en sus propias reglas.

Más tarde llegaría la crisis de la Argentina en 2001, cuando el gobierno de Fernando de la Rúa impuso sin éxito, una restricción a la salida de dinero del sistema bancario, con la idea de evitar una corrida bancaria y un posterior colapso del sistema, momento en el que se confirmaba el peor período de los indicadores de la historia argentina y el prestigio de los organismos internacionales de asistencia.

A partir de 1946, el FMI y el BM han recibido ataques de todo tipo, y aunque no sea casualidad que ambos hayan ido cambiando estrategias para cumplir con sus objetivos (cumpliendo el rol de policía de los sistemas financieros, a médico de violentas crisis financieras), estos se han mantenido.

Cuestionando el auxilio, desconociendo los resultados

Las arremetidas a las que nos referimos también van acompañados de un rechazo hacia la globalización, y un estigma en busca de su moderación. En realidad, esta ha permitido que más de 400 millones de chinos hayan logrado vencer la pobreza entre 1990 y 2004, que la economía de la India haya logrado un crecimiento acelerado, y que Brasil y México tengan clases medias floreciendo, pero también lograron que el crecimiento de algunas economías socorridas que, con uno que otro desequilibrio, permitieron que la economía mundial en 2007 haya alcanzado un 5 %, y que el BM haya logrado avances en la lucha contra la pobreza en el continente más pobre, África, con los ejemplos de Ghana y Tanzania.[2]

Son grandes los cambios que se han venido a sumarse a la fecha, y lo que en realidad está sucediendo ahora es que el comercio se está acelerando y que los volúmenes se están incrementando, lo que naturalmente es bueno, sobre todo para América Latina. Se trata, nada más y nada menos, que de un quiebre económico en la historia, el inicio de un cambio de paradigma.

Hoy las balanzas de gran parte de la región latinoamericana presentan un rostro diferente, todas tienen posibilidades de incluso desafiar la principal regla de los organismos de asistencia presupuestaria: cubrir los déficits.

Cuando se crearon los organismos del FMI y el BM, América Latina adoptaba las ideas estructuralistas de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que promovían el cierre de la economía y un creciente rol del Estado en la economía. A principios y mediados de los 80, los resultados fueron nuevas convulsiones sociales.

La política planteó una visión mesiánica del Estado, derivado en lo que hoy conocemos por “populismo económico”, “un enfoque de la economía que destaca el crecimiento y la redistribución del ingreso, menospreciando los riesgos de inflación, el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las políticas agresivas ajenas al mercado”[3].

Dadas las evidencias, las posiciones en contra de las reformas, aunque hayan permitido conseguir el poder en algunos países de la región, son dudosas.[4] Es verdad que se haya revelado un mea culpa sobre algunos resultados, con las últimas publicaciones de la Commission Growth[5], pero no sobre los objetivos. Aún así, no vaya a creer -ni mucho menos-, que son errores atribuibles a los postulados liberales, tal vez lo sean a los gobiernos que no entendieron realmente la dinámica del mercado.

Puede que las desigualdades entre los rendimientos sociales y los privados se hayan dado porque los mecanismos de mercado no funcionaron bien, sin embargo, no es un argumento válido.

Dicen que el capitalismo es salvaje y que el mercado es la selva, que en ella no hay derechos y de que es el lugar donde rige la ley del más fuerte, pero lo cierto es que en la selva no hay civilización, por tanto, tampoco existe justicia.

El mercado ha sido tratado con una óptica parcial de asignación de recursos, lo que ha dado oportunidad a que el intervencionismo lo estigmatice como un materialismo que vacila en dejar a los más débiles en el desamparo de una mano invisible, y de que las virtudes del mercado se limitan a quienes ya tienen recursos.

Los mercados no son solamente los de valores, de divisas o materias primas, tampoco el lugar físico donde las personas acuden con su dinero a comprar mercancías conocidas a precios generalmente dados, sino también, el conjunto de relaciones que tienen entre sí y que se concretan en las transacciones que llevamos a cabo para satisfacer nuestras necesidades.

No es fácil encontrar una definición precisa para el mercado, pero de hecho no es un sitio ni una tienda, es un marco institucional caracterizado por reglas dentro del Estado de Derecho: igualdad ante la ley, cumplimiento de contratos, libertad de comercio, la limitación del poder político y la defensa de los derechos humanos, traducidos en derechos individuales y de propiedad privada. [6]

Buscando un nuevo consenso

De todas maneras, supongamos que los estigmas y los ataques en contra del mercado y sus virtudes son argumentados sólidamente. América Latina mantiene aún las oportunidades de mejorar su status mundial. La región podría estar yendo por buen camino, a pesar de la retórica y práctica populista de los últimos dos años.

En el primer párrafo hablamos de la tesis BRIC, un argumento presentado en 2003 por Jim O´neill, economista global en Goldman Sachs. Este estudio sostiene la posibilidad de que estas cuatro economías sean las dominantes hacia el año 2050, países que en suma, se estima que tendrían más del 40% de la población mundial y tendrían un PIB combinado de $us 14,951 billones, presumiendo así, que un próximo paso sería conformar un nuevo bloque económico que alcance –tal vez-, el status con el que hoy cuenta el G8.[7]

Aunque se trate de una tesis defendida hace cinco años, ya se había advertido sobre una posible recesión mundial, pero estos son datos nada ociosos y por demás interesantes.

De acuerdo al objeto de este ensayo, lo que cuenta es que estos cuatro países aún no manifiestan la posibilidad de alguna alianza política, no obstante, han sido capaces de influir cada vez más en la política mundial, y el mensaje de estos cuatro países, el más claro, es que han ido adoptando sistemas que permiten abrazar las virtudes del capitalismo y sobre todo de la globalización.

El 2007 fue un buen año para el neo-populismo en América Latina, pues ya no se trata solamente de un caudillismo que además de hacer uso de las políticas macroeconómicas, a través de una expansión exagerada del dinero en la economía como en los años 80, este ha sido capaz de nacionalizar empresas privadas, subsidiar determinados sectores productivos, distorsionar los niveles de precios, y proteger con altos aranceles a sectores elegidos políticamente;[8] y que desde luego pueden poner en riesgo las perspectivas de futuro, en una desesperada carrera por ser los primeros en demostrar que la “justicia social”, la igualdad y la venganza, generan bienestar.

Aunque la economía de los EE.UU. ha cumplido un año de crisis sin haber tocado fondo; de que el Partido Demócrata tome una estrategia distinta a la de Bill Clinton con el tema de los tratados de libre comercio; y de que las conversaciones en la Organización Mundial de Comercio estén detenidas por la polémica Ronda de Doha, esta coyuntura parece presentar -más que nuevos desafíos para Bretton Woods y el liderazgo del G8-, oportunidades para América Latina.

Debemos ser capaces de construir un diagnóstico más cercano a la realidad, cargado con una contundente dosis de sensatez, y encarar el verdadero desafío:

Un consenso sobre la globalización

¿Cuál es la alternativa a la lista de lo que debían y no debían hacer quienes diseñaban las políticas para países en desarrollo?

Ya sea por la tesis BRIC, por el éxito de algunas de las metas de BW o por el discurso neo-populista, a nuestra región le está yendo mejor de lo que se hubiese pensado algunos años atrás, incluso con un posible enfriamiento en la demanda de materias primas latinoamericanas, y es por eso que en este espacio se ha planteado la posibilidad de buscar un nuevo consenso, esta vez construido en casa y con ambición global.

El desafío viene por el lado de si asumiremos liderazgo; si América Latina está dispuesta a pasar del cuestionamiento al FMI y el BM, al papel que permita prescindir de ellos; si nuestra región es capaz de generar una sencilla lista y recetas (como las del CW), que permitan contemplar un crecimiento económico estable y de largo plazo; si nuestra región está preparada para ir por vez primera en el sentido de la corriente mundial, y no como siempre, en contra de ella.

La globalización es impostergable y vino para quedarse, y para encontrar la mejor forma de que nos favorezca, tendremos que ser más creativos si pensamos que la llegada mesiánica de un nuevo Keynes nos prometerá el Maná del Cielo.



[1] Ver: Stiglitz (El País, 20 de julio de 2008), Rodrik (Project Syndicate, 12 de junio y 12 de julio de 2008), y Gonzalo Chávez (18 de julio de 2008).

[2] BM.

[3] Ver Dornbusch & Edwards, 1991.

[4] Ver Edwards, 2008.

[5] Ver: Spence, 2008: Growth Strategies and Dynamics.

[6] Fragmento de Elogio del Mercado, de Carlos Rodríguez Braun.

[7] Dreaming with BRICs: The Path to 2050.

[8] Ver: Larroulet & Horzella, 2008.